ME QUIERO MÁS A MI MISMO...





Sudo como un cerdo, tengo dos trajes baratos que no me cambio nunca, no tengo pijama. Todos los días me levanto en el mismo sofá de mi oficina para no tener que acostarme. La mujer con la que me casé, que es la que todavía amo, me dejó por ponerle los cuernos con la hija adolescente de un cliente millonario que se encaprichó conmigo. Tenía el aire de Lauren Bacall...era igual de retorcida. Mi mujer no supo perdonarme. La cocaína entró en mi vida al mismo tiempo que Lourdes, y continuó conmigo cuando me dejó por un niño pijo que me dio una paliza cuando le pedí explicaciones. Ahora me follo a una puta que me da asco, es la única que no tiene reparos en follar en mi sofá mugriento. Tengo asumido que los momentos de gloria con las mujeres pasaron hace mucho tiempo, mi mujer favorita es una botella de Cazalla.
Tengo un baño en la oficina que no tiene ducha, lo que hace que tenga que ir a casa una vez por semana para quitarme la mugre. Veo el agua marrón en una ducha marrón. Unos hongos verdosos me dicen hola, seguro que son los responsables de los eccemas que me llegan hasta las rodillas. A veces imagino que me hablan, que me dan las gracias por haberlos criado tan sanos. Solo enciendo las luces necesarias para entrar y salir. Ni así logro borrar los pocos recuerdos felices que me quedan. La cocaína si los borra, aunque sea momentáneamente, aunque me caigan lágrimas ignorantes de esos recuerdos que siempre vuelven, que siempre me castigan.
Trato a la única mujer que se me acerca como a una perra, y además con razón. Cuando viene a la oficina se desnuda diciendo que necesito una secretaria, que le dará más empaque a la empresa. Bebo un trago de Cazalla y no respondo. Pienso que el empaque a partir de la imagen debe ser intelectual. Me desabrocho la correa y me bajo los pantalones. Ella se acerca para ponerse de rodillas, me la chupa con ansia, me corro lo antes posible, de trago en trago, la eyaculación precoz nunca a sido uno de mis problemas. Se levanta para encarar su culo entre mis piernas, de espaldas. Se frota con paciencia hasta que se me levanta de nuevo. Sin cambiar de postura se la mete ella misma, su profesionalidad está fuera de toda duda. En esos momentos pienso en Lourdes, la adolescente que nunca amé. Me corro sin espasmos. Vomito sin excesivos esfuerzos. Como una niña bulímica después de comer una ensalada, como Lourdes...
Son las cuatro de la madrugada, tengo una cita a las nueve con un abogado para el que trabajo. Sabe que cobro poco, que disfruto escrutando en la mierda. Me dijo algo sobre un tipo que se folla a una jovencita, la cita es con la mujer. El nombre de su clienta es Lorena Beltrán, el nombre de soltera de mi exesposa. Le digo a la perra que no tengo cocaína. Me escupe en la cara. No me molesto ni en limpiarme. Me mira con desprecio y se marcha. Es más de lo que me merezco. El nombre de la adolescente es Lourdes. Soy como el centro de un panóptico, la mierda siempre busca espacio para encontrarme. Se esparce por todos lados para volver a su casa. Saco la cocaína y me la tomo directamente con la uña del meñique de mi mano izquierda que he dejado larga por comodidad. Una sonrisa vuelve a mi cara.
Me duermo, despierto con la primera luz del día. Cojo un espejo que tengo en el escritorio para mirarme, el escupitajo sigue colgando de mi cara, tengo un aspecto hermoso, si me viera Humphrey Bogart se sentiría orgulloso, él nunca tuvo un aspecto tan carismático. Abro el primer cajón de la derecha del escritorio y cojo la Beretta 9mm parabelum que robé en en ejército. Con ella pegué mi primer tiro, siempre me ha sido fiel. La guardo en el bolsillo. Voy hacia la puerta y salgo, bajo las escaleras hacia la calle, cuando estoy en la acera miro alrededor y no veo a nadie. Me dirijo al Bar Suiza a tomar un café para ver si cojo algo de nervio. Llego y me siento en la barra, Pepe me pone un café sin dirigirme la palabra, le debo demasiado dinero para pedir algo. La caridad es algo de agradecer en estos días. El desprecio no te afecta si lo has recibido tantas veces como yo, das las gracias por él a cambio de un café. Me levanto sin pagar al cabo de dos horas de oír estupideces de los parroquianos. Deberían darme las gracias por poder estar sentado dos horas sin decir nada, sin pegar a nadie. Son las ocho y media, todavía no está abierta la oficina de mi cliente. Sentado en el portal espero que llegue. Noto unas palmaditas en la cara. Luis me mira con cara de asco. Le contesto con una mirada de desprecio, el también está acostumbrado. Cuando me levanto veo a mi exmujer a su lado. Me froto los ojos para quitarme las lagañas. Mi dignidad está por encima de todo. Ella ni tan siquiera me mira. Luis me dice que si me he despertado vamos arriba a tratar el asunto. Aguanto las lágrimas. Le digo que estoy listo. Abre la puerta y subimos las escaleras, voy el último, miro las piernas y el culo de mi mujer moviéndose mientras sube hablando con Luis. Les sigo como un perro esperando que le den las sobras. Llegamos a la oficina, se sientan. No me ofrecen ni la silla. Siguen hablando de como hacer las fotos de su marido con la niña. Saco la Beretta y apunto tembloroso a Luis, me mira asombrado. Cuando abre la boca para hablar le pego un tiro en ella, cae al suelo con el rostro desencajado, parece que tenga en la cara una extraña sonrisa, en la pared se ve una mancha de sangre y dientes, que Lorena mira con asombro. La apunto con el arma, se rehace, su cara refleja ese amor que sintió por mí tantos años, lloro. Las historias de amor siempre terminan con lágrimas. Le meto la pistola en la boca. Ella sigue mirándome con todo el amor que cabe en este mundo. Veo en sus ojos la esperanza de tiempos pasados, la esperanza de un amor que nunca se fue, la verdad de un paréntesis olvidable. Disparo y la Beretta falla. Unos ojos llenos de odio me miran desde el desprecio. Vuelvo a disparar y la Beretta responde, veo su hermoso cuerpo caer en un espasmo sucio, con su cara desfigurada por el rencor y miedo. Nunca la vi tener miedo, siempre mandó ella. Mis lágrimas de dolor son ahora de felicidad psicótica. Aún me queda algo por hacer. Abro su bolso y cojo el dinero. Miro en los cajones de la mesa de Luis y los encuentro cerrados. Registro su cuerpo con calma, encuentro la llave de los cajones y los abro. Cojo todo el dinero que encuentro y vuelvo a registrarlo. Encuentro un manojo de llaves, salgo del despacho y cierro la puerta. Bajo por las escaleras hasta la calle, respiro, pienso, no tengo la dirección donde encontrar a Lourdes. Vuelvo sobre mis pasos y entro de nuevo en el despacho, cojo el maletín de encima de la mesa y salgo de nuevo a la calle. El único lugar que me queda es mi casa. Llego. Entro, abro el maletín y lo primero que encuentro es una foto de la pequeña Lourdes abrazada a su padre, la típica foto de despacho de un padre orgulloso. Ahora ya puedo amarla.


  
                                                                                                                            Alberto Castelló



Comentarios