Un edificio gris que se repite como una pesadilla de hormigón que no termina nunca.
Una grúa que convierte lo más odiado en un lugar de creación depredadora para la que no existe el límite.
Un bar observando el desastre en el que pasan los días iguales, en el que los cigarrillos se echan a la calle porque no importa, en el que los cafés se sirven porque tampoco importa, en el que se habla de hormigón y vida, una contradicción que tampoco importa.
Una verdulería donde la dependienta sonríe delante de la creación que le tapará un paisaje que nunca mira.
No podrá volver a verlo aunque quiera.
Mientras todo cambia cada día...¿alguien se da cuenta?
Estoy seguro de que sí.
Si yo me doy cuenta...
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